Las
aventuras venideras ocurrieron desde mi llegada a Kuwait. No son del todo
recientes y alguno de vosotros ya os las sabéis, pero no está de más sacarlas a
la luz.
Depilación:
Los temas
de cuidado personal adquieren la calificación de epopeya cuando tienes que
realizarlos fuera de tu barrio. Si encima no hablas ni papa del idioma local,
lo normal es que vayas a cortarte las puntas y acabes haciéndote la pedicura.
Después de
algunas semanas por aquí llegó el momento de buscar nuevo sitio de peluquería y
depilación. Sabía que o eran muy caras o el tema limpieza dejaba que
desear. Así que las expectativas para mi primera vez no
eran muy altas, con no ver mucha mierda por el suelo casi que me conformaba. Como todavía no
conocía mucho Kuwait, decidí ir a la que me quedaba más cerca de casa. El
edificio de al lado era mi destino. Segunda planta de un edificio de seis cuyo
aspecto no era muy alentador, pero quién dijo miedo!
La puerta
entreabierta me invitaba a entrar. Un mostrador, varias sillas de espera y un
par de sofás enfrente de una tele. Hasta ahí todo medio normal. “Salam!” dije,
y una chica de mediana edad con apariencia filipina y un hombre saltaron de los
sofás de enfrente de la tele. La chica vino al mostrador y el hombre corrió como
si le fuese la vida en ello a esconderse de mí. No me dio tiempo ni a verle la
cara. Empezamos bien.
Le digo que
me quiero depilar las piernas con cera y hacerme las cejas. Asiente. Me pasea por un
laberinto de habitaciones hasta una sala. Nos pudimos cruzar con unas 10
personas en 5 segundos que duró el recorrido, todas ellas se medio escondieron
a medida que nos acercábamos. ¿Estaré en una peluquería de verdad?
Entro. La
habitación tenía moqueta, un par de espejos de peluquería y al fondo un pequeño
semibanco hecho con nosequé y tapado con un par de telas. Elegí el semibanco
para esperar, no sé muy bien a qué, pero parecía que tenía que esperar. A los 5 minutos
llegaron dos mujeres de aspecto hindú, con dos banquitos y una pasta entre
blanca y transparente en las manos. Jugaban con la pasta como nosotros jugábamos con el blandiblub de pequeños y nuestras madres sufrian para que no lo pegaramos en los muebles. No dejaron de hablar en ningún momento
entre ellas, en su idioma claro. Resulta que el blandiblub era para mis
piernas. Se llama Sheera y es una cera natural hecha a base de azúcar, limón y Seven Up, sí Seven Up. Por señas me dijeron que me remangara los pantalones y allí de pie empezaron a depilarme.
La
imagen es tal que así: dos chicas-señoras sentadas en sus minibanquitos
enfrente de mí, yo con los pantalones remangados hasta donde daban y ellas
untándome la piel con esa cosa viscosa que ponían y quitaban de mis piernas como
quien saca los restos de una pegatina con el trozo de pegatina inicial. He de
decir que no duele absolutamente nada, vale que yo puedo quedarme dormida
mientras me depilan las piernas (soy rarita y afortunada a la vez) pero las
viscosidad esa es un lujo! Una vez acabada la parte de delante me tuve que dar
la vuelta, apoyar los brazos contra la pared cual cacheamiento policial y dejar
que siguieran por detrás. Lo más alucinante de todo es que los ligamentos de
sus rodillas (si es que los tienen) resistieran estar sentadas en esos
banquitos tanto rato y agacharse incluso más para llegar a las zonas cerca de
los pies. De verdad que era surrealista.
Acaban, sin decir nada las chicas recogen sus banquitos, su mejunje y se van. Yo sigo allí
de pie, descalza, pantalones remangados y piernas pringosas. A los 2 minutos
viene la recepcionista y me dice que ya está, que pase a asearme, me da una
toalla y me señala una puerta. No sé si me daba más mal rollo andar descalza
por aquella moqueta, la toalla que me acababan de dar o lo que me encontré al
abrir la puerta.
Me quedo
con el pomo en la mano pero consigo abrir la puerta de un aseo que solo tiene
una ducha. Y allí estaba yo, descalza, con un montón de cera pegada en todas
las piernas, una toalla de uno o varios usos anteriores y una ducha, de
hidromasaje eso sí. Tenía que quitarme parte de la cera para poder vestirme y
largarme de allí y debía decidir varias cosas:
-
Entrar en la
ducha descalza?
-
Ducharme de
cuerpo entero con una puerta sin pomo?
-
Irme a casa
con los pantalones pegados por la cera?
-
Llorar?
-
Pedir ayuda
a las hindús?
-
Esperar a
que pase algo que me saque de allí?
Pues
después de esperar un par de minutos a ver si pasaba algo decidí abrir el agua
de la ducha, coger la alcachofa, cerrar los ojos, meterme dentro y
darme agua en las piernas. A la
cera/blandiblub/loquefueraeso le dio la risa el agua, allí seguía más pegada si cabe. Parecía fácil, pero no, duele menos
pero no veas lo que cuesta sacársela de encima. Tenía que tomar una nueva
decisión sobre mi futura salud: usar la esponja sí o no?
Lo sé, estáis pensando
en los millones de bacterias, herpes y demás cosas que podía contener aquella
esponja a la que le quedaban un par de usos de lo desgastaba que estaba. Pero
no tenía más opciones, tuve que usarla y quitarme lo más gordo de encima.
Intenté
secarme lo menos posible. Me vestí y conseguí encontrar el recibidor. Pagué sin
esperar la vuelta y me fui corriendo a casa a ducharme y darme con todos los
jabones y cremas hidratantes que tenía a mi alcance.
Pero esta
es una historia con final feliz. No se me cayó la piel, ni la más mínima
erupción me salió y paseé mi depilación por el calor kuwaití varias semanas.
Ostia las cejas! Pues sí, me fui sin hacerlas pero ni me acordé. Al día siguiente fui a otra peluquería y me las depilaron con hilo, pero eso es otra historia…
Ostia las cejas! Pues sí, me fui sin hacerlas pero ni me acordé. Al día siguiente fui a otra peluquería y me las depilaron con hilo, pero eso es otra historia…
P.D: evidentemente no hay fotos del sitio, pero he de decir que encontré meses más tarde una fantástica peluquería regentada por una argentina. Qué bueno que viniste che!
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